Destinos Vidas Cruzadas
  Capítulo I
 

I CAPÍTULO

 

Mi nombre es Carlos García, en este momento me encuentro recluido en un Centro de reposo para poder estabilizar mi parte emocional. La única persona que me viene a visitar es mi madre, Aleyda Romero, ella, ha sido un apoyo importante en mi vida, lastimosamente le tocó vivir conmigo, todo los desastres que me llegaron por una mala decisión. Soy hijo único, pero en mi vida hice por diez.

Creo en el destino y sé, que él, es el que me tiene aquí recluido, pero no importa, realmente quiero seguir mi vida espiritual, quiero dejar todo lo terrenal porque ya estoy cansado.

 

Mi madre, se encuentra en este momento comprándome unos pandebonos. Hace mucho tiempo que no los pruebo, quiero saborear uno, porque cuando llevaba una vida normal, eran mis preferidos.

 

Es hora de mi medicina. Ya viene mi medico psiquiatra. Su nombre, Sandro Bustamante. Él ha estado en todo el proceso, pero nunca le he contado la historia de mi vida. Espero algún día hacerlo.

 

–Señor Carlos… ¿Cómo se encuentra?.

–Como siempre… Ahogado.

–Es hora de su medicina.

 

Miré mi medicamento fijamente, como una luz de esperanza, mientras lo tomaba lo miré a él y mis ojos le dijeron que necesitaba ayuda.

 

–Gracias.

–¿Desea algo más?.  

 

Esa era la pregunta que había esperado desde hacía mucho tiempo, porque siempre he tenido un nudo en la garganta que no me deja respirar. El medicamento, logra evadir por un instante mi realidad. Ante esta  oportunidad, con voz acongojada le expresé:

 

–Quisiera hablar con alguien, desahogar mi corazón, pero no me atrevo… Me siento solo en este lugar.

 

Sandro, al ver mi mirada, sentir mi voz acongojada,  supo mi situación y con palabras sabias, dijo:

 

–Si desea hablar con alguien, con mucho gusto lo escucho.

 

Al oír esas palabras, mi corazón logró descansar, esa era la señal que tanto había esperado, desahogar todo lo que me tenía aprisionado. Con los ojos aguados, voz entrecortada, murmuré:

 

–Es la historia de mi vida: todo lo que construí lo arruiné por un simple capricho… O son cosas del destino.

 

Al escucharme, se sentó a mi lado mientras yo seguía hablando.

 

–Todo comenzó cuando mi esposa, Andrea Campo y yo, fuimos invitados a una reunión con los compañeros de trabajo.

Andrea, lucía el collar que le había regalado de aniversario, mi madre contaba unos cuantos chistes,   reíamos mientras nos despedíamos

 

Recuerdo, que al llegar nos recibió una mujer coquetona,  buen cuerpo, senos protuberantes y cabello alborotado. Era una mujer muy linda.  Andrea, me la presentó como Elisa Bustamante. En el salón había varias parejas, al igual que mi esposa, todos eran docentes. Conversamos un rato con Elisa, nos ofreció un trago. Empezamos a compartir con todos, hasta cuando llegamos donde otro compañero de ellas, me lo presentaron y supe que era Jaír Cardona. En el momento en que nos conocimos, lo miré fijamente a los ojos, él, al darme la mano, me miró detalladamente, analizando minuciosamente, todo mi ser, mientras se presentaba. De un momento a otro, exclamó:

 

–Creo que lo conozco desde hace tiempo. Andrea en el colegio siempre ha hablado de usted.

 

Ese comentario me sonó extraño, entonces, le pregunté:

 

–¿Ha hablado bien o mal?

 

Un poco atemorizado por aquella pregunta, me respondió:

 

–No, habla muy bien de usted.

 

En ese instante, por educación, él me estaba tratando de usted, entonces le solicité, para entrar en confianza, me tratara de tu. Después Jaír, con modales finos me solicitó, si podía bailar con Andrea, ante lo cual no vi inconveniente y  acepté.

Mientras ellos se dirigían a la pista, sonrientes, me senté. Y comencé a ver cómo bailaban y gozaban de ese instante.

De vez en cuando, Jaír, me miraba fijamente por encima del hombro de mi esposa. Recuerdo que en algunos momentos me sentí bastante incomodo, hasta  cuando Elisa se dirigió a mí  

 

–¿Lo dejaron solito?. Me dijo

–Si... Eso parece.

–Pero no se preocupe, aquí me tiene.  

 

Sentí que Elisa me estaba coqueteando, traté de no prestarle atención. Mi madre, cuando se encontraba en el proceso de mi formación, me enseñó, “a palabras necias, oídos sordos”, además, siempre fui fiel, a mi esposa y a mi familia. Con tranquilidad, respondí:

 

–Muchas gracias.

–¿Desea Bailar?.

–No… Que pena… A mi no me gusta bailar.

 

Seguía con su coquetería.

 

–Haaa… Qué  pesar. Porque quería bailar con un galanazo como tú.

 

Al oír esas palabras, me dio risa y  le manifesté:

 

–Tal vez en otra ocasión.

 

En medio de su coquetería, insinuó:

 

–Espero que sea pronto.

 

Al retirarse, seguí observando a Andrea cómo bailaba con Jaír, empecé a sentir algo raro dentro de mí, un sentimiento que mi corazón no conocía. Como le dije a Sandro:

 

–Ese día sentí una confusión bastante grande… No le coloqué atención, pensé que era mi parecer.

 

Al instante preguntó algo que se me vino toda esperanza al fondo.

 

–Carlos ¿Seguro que quiere seguir hablando o desea entrar y descansar un rato?.

 

Al sentir esas palabras desde el fondo de mi corazón y con todo mi ser, afirmé:

 

–No… No quiero entrar todavía, quiero seguir hablando y desahogar todo esto y tratar de dejar mi corazón y mi conciencia limpia.

 

Lo miré fijamente a los ojos, con ese dolor que me abordaba el alma, expresé:

 

–Ese día me llevé una sorpresa bastante grande, Pensé que mi incertidumbre había acabado, pero no fue así.

 

En los días siguientes, me encontraba en mi oficina, recibí una llamada inesperada de Andrea, mi esposa.

 

Hola mi amor, cómo estas?… Discúlpame por llamarte a la oficina, ¿estas ocupado?...

Te llamaba para contarte que esta noche invité a cenar a Jaír a la casa,

-¿Hay algún problema?...

-OK amor, gracias. Él llega a las 7 de la noche, llega temprano, un beso, chao.

 

Esa llamada para mí fue una gran sorpresa, realmente no supe qué pensar, a mi mente llegaban aquellas imágenes que había vivido en esa reunión, esos sentimientos confusos que me abordaban, durante todo el día quedé pensativo, no me podía concentrar. Al finalizar la tarde tomé una decisión y como dice el dicho, “borrón y cuenta nueva”.

 

Esa noche, al llegar a la casa me encontré con Jaír y Elisa. En ese instante, me empezaron a sudar las manos, mi corazón empezó a palpitar más rápido, realmente, quise haber huido, pero objetivamente regresé a la decisión que había tomado.

Saludé, inmediatamente sentí el aroma delicioso de la cena de esa noche. Siempre admiré de Andrea, la sazón que tenía. Al instante, pregunté por mi mamá y por Camila, mi hija. Mi esposa respondió:

 

–Doña Aleyda ya está acostada y a la niña, la mandé a la casa de mi mamá porque hoy íbamos a tener una cena y no quería molestar a tu mamá.

 

Después, con una sonrisa en el rostro, reflejando la felicidad que la invadía porque había llegado, me preguntó:

 

 –¿Estás cansadito?

 

Esa pregunta, realmente no era lo que me pasaba, me encontraba atemorizado por todo lo que pudiera suceder esa noche, saqué fuerzas y disimulando respondí:

 

 –Un poco, pero no importa, esta noche tenemos unos invitados que para ti son especiales y de igual manera son para mí.

 

Les ofrecí licor, pero Andrea, como un ser muy especial, aquella personita que siempre ha cuidado de todas los seres que la rodean, con un corazón tan grande, nos sugirió que mejor cenáramos antes de ingerir licor.

 

Estábamos ya para terminar de comer, cuando hubo un silencio bastante incomodo, el cual, nada ni nadie rompía. Dentro de ese gran silencio, ocurrió algo inverosímil. Hubo un cruce de miradas bastantes penetrantes e insólitas entre Elisa y yo, Andrea y Jaír y Jaír y yo, hasta que Jaír, tuvo la valentía de decir:  

 

–Esta cena te quedó deliciosa Andrea, creo que le pusiste tu toque secreto.

 

Alabando a mi esposa, dije:

 

–Amor, te esmeraste.

 

Y Elisa comentó:

 

 – Ustedes saben que nosotras las mujeres cocinamos muy rico, como dicen las abuelas: “los hombres a arar la tierra y las mujeres al hogar y a criar hijos”.

 

Andrea, al escuchar esas palabras, que había odiado toda su vida y sentir que una mujer solo sirviera para el hogar, respondió:

 

–Ese no es mi caso Elisa, yo soy polifacética y mi toque secreto en la cocina es muy simple y es hacer las cosas con amor.

 

Con todo lo que había ocurrido le comenté a Sandro:

 

–Ese día, empecé a entender algo dentro de mí…

Mi corazón empezó a latir más rápido, no entendía realmente el por qué de las cosas… Todo se me tornaba confuso, realmente no sabia qué era lo que me pasaba…  Empecé a creer en el destino y pensé que él, era el único que con el tiempo decía las cosas.

 

Sandro me preguntó:

 

–¿Usted cree en los destinos?.

 

Le confesé:

 

–Realmente no sé  qué pensar a estas alturas de mi vida.

 

Volvió a conectarse con mi historia e intrigado, preguntó:

 

–¿Y después que paso?.

 

Le respondí con sinceridad.

 

–Esa reunión, fue mi punto de partida con mis presentimientos y confusiones… Desde ese momento se inició todo lo que sospechaba.

 

Continuamos en la reunión. Nos reíamos y disfrutábamos de la velada, las miradas continuaban y mi corazón empezaba a latir más rápido.

A sentir cosas distintas que para mí,  eran cosas nuevas. No le encontraba explicación, hasta que Jaír levantándose, expresó que se debía ir, igualmente, Elisa tomó la misma actitud, se despidió y salió. Con un sentimiento que no conocía le dije a Jaír:

 

–El tiempo se nos acabo, espero que podamos hacer otra reunión como ésta.

 

Jaír, alegremente  respondió:

 

–Por supuesto, que no se quede en el tintero, yo estaría complacido de volver a compartir con ustedes…

 

Después, desplazó su mirada hacia Andrea, y le solicitó.

 

–¿Me haces el favor de llamarme  un taxi?.

 

Andrea, emotiva como siempre, contestó:

 

–No, cómo se te ocurre, Carlos te puede llevar a la casa.

 

Mirándome fijamente, preguntó:

 

–Amor ¿Tu ya guardaste el carro?.

 

Dije la verdad, que no lo había guardado, me solicitó, si podía llevar a Jaír. Al verme comprometido, no me pude negar. Esa noche lo llevé hasta la puerta de su casa, en todo el camino nos fuimos conociendo un poco más, ya que nuestra charla era de hombre a hombre, mi cabeza daba vueltas y mi corazón no comprendía muchas cosas. Ese día pasó así.

 

Al siguiente día, Andrea, tenía en el colegio una reunión pedagógica. Yo estaba en la oficina realizando mis labores, cuando sonó el celular, era mi esposa, llamó a contarme que se encontraba agotada por la jornada, en medio de la conversación, comentó que estaba acompañada de sus amigos. Entre la charla, me comunicó que Jaír y Elisa me habían enviado saludos, al escuchar eso, un suspiro salió de lo profundo. ¿El porque? No se de donde salió. Creo que tal vez fue de mi corazón o de mis confusiones. Realmente no se.

 

Al llegar la noche, nos encontrábamos jugando en la cama mi madre y yo con Camila, como lo hace todo padre con sus hijos y como lo hace una abuela con sus nietos. En el momento en que ingresó Andrea a la habitación se veía bastante exhausta por el seminario. Mi madre y mi hija se fueron a dormir, mi esposa, se quedó contemplándome, ya que no nos habíamos visto en todo el día, ni siquiera a la hora de almuerzo.

Cuando nos encontrábamos en pleno romance, sonó su celular y vaya sorpresa la que me llevé, era Jaír. La estuve contemplando durante el tiempo que duró  la conversación, de pronto me miró y exclamó:

 

 –¡Saludos de Jaír¡.

 

Lo único que hice nuevamente fue suspirar y como lo he expresado antes, no se por qué. Cuando terminaron de hablar quedé bastante confundido, ella seguía contemplándome pero mis pensamientos y mis sentimientos  se encontraban confusos, no le presté mucha atención. Recuerdo tanto que esa noche le hice un comentario bastante fuerte.

 

–Estuvieron todo el día juntos y ¿te tiene que llamar a la casa?.

 

Realmente me sentía desconcertado.

Miré a Sandro, pedí que me regalara un cigarrillo, tal vez para matar la ansiedad que estaba pasando en ese momento o por lo que seguía. Sandro, siguió escuchándome.

 

–Esa noche no dormí, me la pasé dando vueltas en la cama, sin saber cuál era el sentimiento que me abordaba, si eran celos… envidia… rabia… Dolor… En ese momento sentí que el mundo se me había acabado.

 

Sandro me interrumpió:

Me dijo con una mirada bastante profunda, como si estuviera viviendo mi vida y con una voz nostálgica:

 

–Tuvo que ser duro.

 

Lo miré y le respondí con todo el corazón y con el dolor que invade mi alma.

 

–Duro no fue lo que sentí en ese momento… Duro era el tornado que se avecinaba en mi vida. En ese instante quería haber salido corriendo sin mirar atrás.

 

Sandro reflexionando expresó

 

–¿Por qué no lo hizo?, según  lo que me cuenta, estuvo a tiempo.

 

Tomé una bocanada de aire y con los recuerdos a flor de piel, le dije:

 

–Tal vez por cobardía, por no dejar todo lo que tenía. Era   mi hija… mi esposa… mi trabajo… y  todos lo que había conseguido hasta el momento; pero también eran mis sentimientos compartidos.

 

Sandro, aterrado por lo que le estaba contando exclamó:

 

–¿Cómo así que compartidos?, por todo lo que me cuenta, usted ha sido el menos perjudicado.

 

Lo miré fijamente a los ojos, con  desilusión en la sonrisa, le contesté:

 

–Te equivocas… Realmente yo fui… O soy en este momento el más perjudicado.

 

Pensativo, con mirada divagadora continué:

 

–Como pensé esa noche, las cosas se las dejo al destino.

 

–El destino es el que me tiene aquí encerrado, sin saber qué camino coger y esperando qué rumbo toma mi vida.

 

-Al día siguiente me llevé una gran sorpresa.

–¿Qué sorpresa se llevó?

 

Ese día, salí de la casa sin desayunar, Andrea preocupada por la situación, por mi frialdad, sin saber porque razón había salido de esa manera, decidió llamar a Jaír. No se realmente cual fue su conversación, pero ese día me llevé una gran sorpresa. Pensé que nunca me iba a suceder, pero ocurrió. Sandro aterrado me preguntó:

 

–¿Y cual fue esa sorpresa?

 

Lo miré nuevamente a los ojos, tenía una mirada penetrante con deseos de saber, en cambio, mis ojos reflejaban un gran dolor, se encontraban bastante brillosos, sin ilusión.

 

-Cuando contesté el teléfono quedé atónito.

 

–¿Con quien hablo?

–Con Jaír.

 

En ese momento me sudaron las manos, un frío corrió por mi cuerpo, inmediatamente me levante de la silla, hubo un gran silencio hasta que logré controlarme y tomé las cosas con mucha calma. Le dije algo sin razón de ser:

 

–Hola Jaír, como estas, algo bueno que me ha pasado en el día.

 –¿Verdad?... Que pena llamarte, ¿Te interrumpo en algo?

–No, tranquilo, no interrumpes nada.

–Ah, bueno… No se por dónde empezar.

–Por donde quieras, con toda confianza.

–Lo que pasa es que Andrea me llamó y me pidió el favor que te llamara… Ella se encuentra muy preocupada.

 

Realmente yo sabía lo que pasaba, pero nadie en mi familia sospechaba por la situación en que me encontraba, siempre lo guardé para mí, ya que no quería indisponerlos.

En ese momento le dije a Jaír:

 

–Dile que hablaste conmigo y… Y que se tranquilice, que cuando pueda, la llamo.

–Listo, no hay ningún problema. Bueno Carlos, te dejo.

–Jaír… Espera un momento.

–¿Qué pasó?

 

En ese instante saqué fuerzas desde el fondo de mí ser para realizar algo que mi corazón dictaba.

 

–Me da pena contigo, pero… Pero me gustaría que habláramos.

–Claro, no hay ningún problema,

-¿Llego  a tu casa por la noche?

–No… Quiero que hablemos a solas, sin que nadie se de cuenta.

-Que te parece si arrimo a tu casa por la noche.

–Listo, yo te espero.

 

Esa llamada fue la catástrofe para mí.

En ese instante supe que mis preguntas iban a tener respuestas.

Hubiera preferido conocer el mismísimo infierno.

Desde ese encuentro eché toda mi vida por un desagüe. Todavía me duele. A veces no se si creer en el destino o si cada uno de nosotros marcamos nuestra propia vida.

 

Sandro al escuchar mis palabras y con un pensamiento individual me expresó:

 

–Carlos… Yo creo que cada ser humano marcamos nuestra propia vida.

 

Le respondí con la sabiduría que me invadía en ese momento o tal vez con la experiencia de mi vida.

 

–Yo pienso que son más cosas del destino… O si no yo no hubiera conocido a Jaír, todavía lo sigo apreciando después de todo el daño que causó, así se encuentre donde se encuentre.

 

Sandro, al oír mi forma de pensar, aterrado por todo lo que le había contado, preguntó:

 

–¿Carlos, se encuentra bien?

 

Lo miré  y con la confianza en mi mismo le dije:

 

–Si, siento que me estoy quitando un gran peso de encima.

 

Sandro, al escucharme, me preguntó si quería retirarme a descansar ya que llevaba bastante tiempo contándole mi historia.

No, le contesté.

Porque este es el único momento que tengo para desahogar mi corazón, para quedar aliviado. Ésta es la única forma de poder dejar mi corazón y mi conciencia tranquilos, porque como se lo dije al principio, quiero seguir mi vida espiritual, abrir las alas, y para esto debo expresar todo lo que me tiene aprisionado. 

 
 
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